Yo decido cuándo ser madre

Yakelin, 23 años, Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A lo largo de mi vida viví con muchas culpas, sentimientos y pensamientos patriarcales. Desde niña recuerdo que me decían ‘’un bebé es una bendición’’, ‘’cuando seas madre vas a sentir una vida que crece en tu panza’’ y toda esas pavadas que la gente dice a lo largo de la vida sin detenerse a pensar. 

Soy venezolana y hace 3 años decidí venir a vivir a Argentina, en mi país el aborto no es legal y acá tampoco lo es. Soy sexualmente activa desde mis 16 años de edad y siempre me cuidé con preservativos. Mi madre (una mujer maravillosa que amo con toda mi alma a pesar de sus defectos) nunca me orientó porque es una víctima más de esta sociedad machista y es fiel al pensamiento de ‘’las mujeres no pueden hablar ni aprender de sexo’’, sumado a eso, en la educación venezolana no existe la ESI (Educación Sexual Integral) así que no me quedó otra que aprender por internet y preguntarle a mi prima, que era bastante cercana a mí. Ahí fue donde adopté el método del condón. 

Finalmente, cuando pude trabajar en blanco acá en Argentina, pude adquirir una obra social, pedí turno con un ginecólogo que violó mis derechos: fui con la intención de pedirle que me recetara anticonceptivos y así ponerme el famoso implante en el brazo y éste me hizo esperar hasta no tener todos los resultados de mis estudios (ya que era su paciente por primera vez). Una vez obtenidos los resultados se lava las manos diciéndome que no puedo tomar anticonceptivos porque sufro de hipotiroidismo y que necesitaba obligatoriamente la autorización de un endocrinólogo, que volviera a verlo una vez que ya la tuviera.

A lo largo de mi vida me funcionó bastante bien el preservativo, nunca tuve ningún percance, jamás había estado embarazada, hasta que un día, con 23 años de edad, el condón de mi pareja se rompió, ambos nos dimos cuenta y decidió acompañarme a la farmacia para comprar una pastilla del día después, la cual tomé minutos después de comprarla. Me quedé tranquila y confiada hasta que mi cuerpo empezó a darme señales: estuve un mes completo sin mi periodo (lo cual me parecía normal ya que soy bastante irregular y no era la primera vez que esto me ocurría), pero sumado a eso empecé a tener náuseas con bastante frecuencia, estuve vomitando día y noche por dos semanas. Así que decidí hacerme un test de embarazo y me dio positivo (mi corazón se paralizó y mis lágrimas cayeron), sin embargo, entré en negación y decidí ir a la guardia de mi obra social para descartar con un examen de sangre.

Tuve que esperar dos horas para que me dieran los resultados, las horas más largas e intensas de toda mi vida. Una vez que me lo entregaron reafirmaron que estaba embarazada. Recuerdo que me puse pálida y mis ojos estaban aguados, la médica de guardia enseguida notó mi miedo y angustia y me dijo: “es tu decisión, solo vos podés decidir si llevarlo adelante o no. Yo no te puedo ayudar, pero si buscás en Facebook hay muchos grupos de feministas que son muy cancheras y te pueden ayudar si así lo deseas’’.

Ni bien llegué a mi casa busqué todas las páginas relacionadas al aborto acá en Argentina, pero no tuve buenos resultados. Di con dos páginas de clínicas clandestinas que me ofrecían realizarme un aborto con legrado por $25.000 y $30.000 ya que, según ellos, el misoprostol no funciona y además corría el riesgo de quedar con tejidos adentro. Otra de las páginas que contacté se trataba de una agrupación ‘’pro-vida’’ que quería ofrecerme ayuda psicológica para convencerme de ‘’tener a mi hijo’’. Está más que claro que no cuento con esa cantidad de dinero y que no tenía ni el menor deseo de ser madre. Empecé a entrar en desesperación pensando que no tenía alternativa y consideré la opción de acabar con mi vida. 

Me parece bastante cruel tener que ser madre a la fuerza, cuando no tenía ni el más mínimo deseo, sumado a eso que no tengo la capacidad psicológica ni económica para mantener un niño, no quiero traer a un ser inocente a que sufra todo tipo de carencias, es algo inhumano con lo que no iba a poder cargar por el resto de mi vida. Entrando en una depresión, mirando mis contactos de reojo, me acordé de una amiga mía venezolana activista de los derechos de la mujer y decidí preguntarle si podía ayudarme con este gran problema. En cuestión de minutos me contesta y me envía una foto con el número de teléfono de ‘’Las Socorristas’’ recuerdo sus palabras de aquel día: ‘’quedate tranquila, ellas con mucho amor y empatía te van ayudar’’. Sentí que el alma me volvió al cuerpo, sentí que podía volver a respirar.

Al día siguiente decidí llamar al número que figuraba, el cual pertenecía a la ciudad de La Plata. Me atendieron enseguida y me dieron con un número que pertenecía a Capital Federal, donde me atendió una chica muy buena onda, bastante humana, que me explicó todo el protocolo que debía realizar en cuarentena y que curiosamente le tocó ser mi acompañanta (vía telefónica, si así lo deseaba). Según mi caso decidió asignarme al CESAC N° 15, ya que tienen experiencia en tratar con inmigrantes, me informó todos los pasos a seguir y me acompañó y asesoró de principio a fin. Una vez asignada mi cita me tocó ir y me atendió la psicóloga, con toda la contención y paciencia del mundo. Seguido a eso, una médica de familia me dio la droga, me explicó detalladamente y me hizo firmar un consentimiento informado. La calidad humana del personal fue increíble. La verdad tuve mucho miedo de sufrir violencia médica nuevamente. 

Llegó el día de usar la medicación, tuve mucho miedo, pero ya tenía una decisión tomada y no quería dar marcha atrás. Tuve a mi acompañante telefónica en todo momento, mi mayor temor era tener que ir a la guardia, pero no pasó a mayores, el proceso en mi caso fue bastante efectivo y seguro. Luego de eso seguí con control médico mediante ecografías para ver cómo había resultado todo y sinceramente no tuve ningún problema. Finalmente me ayudaron a encontrar un método anticonceptivo que resultó ser de mi agrado y que hoy estoy usando perfectamente. 

Yendo al CESAC es donde descubrí la violencia médica que había sufrido por el ginecólogo, ya que el hipotiroidismo no es ningún impedimento para tomar anticonceptivos, quizá si este médico hubiera respetado mis derechos y me hubiera recetado lo que le pedí, no hubiera llegado al borde de esta situación. No lo sufrí “por irresponsable’’, lo sufrí porque mi método falló y es mucho más común de lo que se piensa. Decidí buscar un método más seguro, decidí llevar mi sexualidad con mayor responsabilidad y aun así me negaron el acceso. 

Está claro que vivimos en una sociedad machista, hipócrita y patriarcal que niega y viola nuestros derechos, porque la ESI, los anticonceptivos y el aborto son nuestros derechos y en pleno 2020 aún siguen rompiendo todo lo que por ley nos pertenece. Nos siguen señalando y pretenden obligarnos a parir en una sociedad hipócrita que dice velar por el derecho a la vida, pero cuando un niño nace, enseguida le dan la espalda, lavándose las manos, diciendo que “’no es su problema’’, “que hubiéramos cerrado las piernas si no queríamos tener un hijo’’. 

Nos dicen que un feto puede llegar a ser bebé y es cierto, “puede’’ pero también puede no llegar nunca a serlo. Estoy cansada de que me hicieran creer desde niña que un feto era una vida, que era una obra de Dios y que él así lo quiso, que sólo él decide cuándo voy a ser madre. A la mierda con todo esto, al carajo el Estado y la religión, solamente yo decido cuando quiero serlo, MI CUERPO, MI DECISIÓN. 

Por suerte existen compañeras que siguen reivindicando nuestros derechos, aquellas que alzan la voz por las que ya no están, por las que no pudieron recibir ayuda a tiempo. No hay muertes registradas por usos de misoprostol, hay muertes registradas por violencia, abandono y abortos clandestinos, esa es la verdad. 

Las Socorristas salvaron mi vida, velaron por mi vida, sentí por primera vez que yo era más importante que un feto, que mi vida sí era valiosa para ellas. Una vez que pude estar con mi “amiga telefónica’’ me sentí realmente acompañada, consolada y sin miedo alguno. No me va alcanzar la vida para agradecerles y en definitiva no sé qué hubiera sido de mí si no hubiera podido dar con ellas. Lo único que sé, y que estoy segura, es que si alguna compañera necesita de mi ayuda para abortar yo voy a estar ahí incondicionalmente, así como ellas lo estuvieron para mí.  

Vuelve al inicio