Emilce Moler y la larga Noche de los Lápices

Emilce Moler nació en La Plata en 1959. Tenía 17 años cuando militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. El 16 de septiembre de 1976 fue secuestrada por un comando del Ejército Argentino, estuvo detenida en la clandestinidad hasta que la llevaron a la cárcel de Devoto. Es una de las cuatro sobrevivientes de “La Noche de los Lápices”. En esta charla, reflexiona sobre el próximo 24 de marzo en un contexto político donde se quiere debilitar la democracia.
Por Laura Rosso
–Marzo es un mes con dos fechas que nos encuentran en las calles: el 8M Paro Internacional Feminista y el 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Son dos jornadas de lucha y reflexión, donde nos tornamos cuerpo colectivo que resiste, y más aún en esta coyuntura política de embates reaccionarios y ultraconservadores, ajustes y crueldad. ¿Cómo se entrecruzan en vos estas dos fechas?
-Siempre me llama la atención cómo se construyen los símbolos y la fuerza que un objeto, un dibujo, una combinación de colores puede tener en las construcciones simbólicas de nuestra historia. En este caso, son los pañuelos. Fueron y son los pañuelos blancos y son los pañuelos verdes hoy en día. Simbolizados por unos trazos, simplemente con hacer dos o tres líneas, una ve el pañuelo y reconoce a las luchas de las Madres de Plaza de Mayo. Hoy en día, el pañuelo verde en la mano de cualquier joven, sabemos lo que significa. ¿Casualidad? No lo creo. El mismo objeto, las mismas instancias de lucha, símbolos que cambian el color pero contienen la fuerza de esas luchas. Son las maneras de transmitir puntos de contacto que se entrecruzan, se enlazan. La otra similitud entre estas dos luchas, a diferencia de otras conmemoraciones que se celebran en escuelas o instituciones, se conmemora en las calles, con marchas y múltiples actos. El 24 de marzo, el 8M y el 3 J, se sale a la calle. ¿Y qué se da en las calles? Son fechas de reparación, de reafirmación de valores, de apropiación de historias y luchas recientes. Nos encontramos y nos abrazamos y en cada saludo se entretejen historias que conjugan pasado, presente y sobre todo construimos futuro porque les jóvenes son protagonistas de su época y nos incorporan a nuevas demandas.
–En estos días circuló una carta de historiadores en la cual advierten que el gobierno está poniendo en riesgo el pacto fundante de 1983 y eso pone en peligro a nuestra sociedad. ¿Qué reflexión hacés poniendo el foco en esta semana de memoria?
-Hoy más que nunca debemos redoblar nuestros esfuerzos militantes porque lo que hasta hace unos años aparecía como impensable (cuestionar públicamente y con rédito electoral las conquistas de luchas populares contra la impunidad) encontraron viabilidad social y política. El resultado de las elecciones nos plantea un desafío significativo para las organizaciones de derechos humanos y para todos aquellos que queremos seguir viviendo en democracia. Nos enfrentamos a un gobierno que aboga por debilitar la democracia. Y menosprecia las luchas feministas. No debemos naturalizar estos discursos ni las agresiones a las víctimas. Por eso, a medida que se acerca este 24 de marzo se nos acerca una oportunidad para hacer un ejercicio: lo que todavía nos falta hacer como sociedad. Poder pensar ese pasado en base a las memorias que se despliegan en los múltiples relatos que, como piezas de un rompecabezas, seguimos ensamblando. El desafío es mantener ese pasado vigente todos los días porque sigue siendo una parte integral de nuestro presente.

–Tu libro La larga noche de los lápices, parte de la necesidad de dejar en palabras escritas cosas que nunca habías podido decir, aun cuando declaraste en los juicios tantas veces. Un tejido de voces y memorias que forman también el andamiaje de tu vida. ¿Cómo ves la mirada de las nuevas generaciones respecto del Terrorismo de Estado y de qué maneras es necesario sostener el Nunca Más?
-Como dice la canción de León Gieco, “Todo está guardado en la memoria”, pero está guardado desordenado, fraccionado, de a pedazos, se esconden en pliegues profundos. Por eso importan las efemérides. Sirven para ordenar esas memorias, ayudan a alinearlas, evocarlas y potenciarlas. Y así año a año proliferan voces que narran lo que sucedió en la trágica dictadura cívico-militar. Las nuevas generaciones las multiplican con sus propios lenguajes, sus propias maneras, en sus Apps, videos, murales, canciones, podcasts, pero no de una manera analógica, continua, sino digital, fragmentada. Y sí, está bien, porque así lo hacen las nuevas generaciones, encargadas de apropiarse de nuestras voces. Pero esto que tiene una potencialidad propia como manera de comunicación actual, también aloja un peligro y es que, a veces, no alcanza solo con fragmentos. Necesitamos que se tenga tiempo para pensar el pasado, con sus tiempos de reflexión, dobleces, aristas y memorias. Un poco de esto –salir de la foto y mirar la película- es lo que quise explicar en mi libro La larga noche de los lápices. ¿Cómo explicar con tiempo todo lo que tuvimos que atravesar para llegar a juzgar a los genocidas, para que el desaparecido tenga una figura legal, para que las víctimas tengan indemnizaciones y para abrir las fosas comunes para encontrar los restos de los desaparecidos? ¿A quién le podemos contar con tiempo, para que nos escuche, las dificultades que tuvimos que sortear para evitar que derriben los centros clandestinos? Mucho de lo que pudimos construir fue, en parte, gracias al compromiso y la lucha de ex detenidos y ex detenidas que, junto a las Abuelas, las Madres y militantes, pudimos hablar y salir a contar lo que nos pasó. Remover historias muy dolorosas nos liberó de ese lugar donde los mismos represores habían decidido ponernos: en la clandestinidad, en la irrealidad, allí donde nada parecía verdadero. Hay que transmitirles a les jóvenes que estas conquistas fueron tiempos de lucha en soledad, porque nada estuvo dado. Para que comprendan que la construcción de una sociedad más justa y equitativa lleva tiempo, es una profunda disputa de poderes de intereses enfrentados, incomoda, tiene avances y en especial retrocesos. Hoy tenemos una realidad que hace que sea urgente no solo hacer memoria sino transmitir a las futuras generaciones la historia del horror. Nuevos desafíos para avanzar en el camino de la Verdad y la Justicia. Espacios de debate, espacios de docencia, porque la democracia se construye día a día, y hoy, más que nunca, para tener un país más justo, con más derechos, más igualdad y más democracia.