Contame otro cuento
Gila, 37 años, Neuquén capital, Neuquén.
Mareos, náuseas… ¿Repulsión al mate?, ni el peor síntoma de gastritis ha logrado que desestime su ingesta. Recurrentes ganas de orinar (de madrugada), pocas veces algo interrumpe mi sueño. Pechos sensibles, malestar generalizado, algo anda mal. ¡Y sí! El Covid-19 nos obligó a recluirnos en nuestras viviendas (para quienes tenemos la dicha de contar con un espacio y servicios básicos se soporta).
Decidís ir a la farmacia. Te disponés a realizar un test. Esperás tres minutos y ves el signo (+). Inmediatamente pensás: “Falso positivo” ¡Imposible!, es el deseo que te lleva a creer que ese minúsculo aparato sufrió cualquier clase de desperfecto. Repetís el procedimiento “por las dudas” con un dispositivo digital de “alta precisión” (gasto innecesario) que indica “embarazada”. ¡Durísimo! La noticia no llega a conmoverte, se hace una pausa (una segunda, la primera parecía impuesta por el coronavirus).
Tomaste la pastilla del día después. Hace noches buceas por internet intentando entender por qué puede fallar. Repetiste hasta el cansancio que la píldora no es abortiva, pero cierta testarudez te autoconvenció de que si la tomás en tiempo y forma es 100% efectiva. ¡Pues no! Ahí está la prueba. Sucede, a lo largo de tu ciclo reproductivo estadísticamente existen altas probabilidades de que alguna vez te pase. Decidiste no tomar anticonceptivos después de hacerlo mucho tiempo, cansada de todo ese rollo, mejor el preservativo, se sale o se rompe ¡1 en un millón! Este capítulo quedará para un próximo cuento.
Por un instante las voces y rostros de familiares, amigxs o público en general retumban en mi cabeza. Un hijo, un bebé es siempre una bendición. “¿Siempre? Contame otro cuento”. Tenés casi 40 años, no “tenés” hijos es un buen “accidente” como para “convertirte” en madre. No te vas a quedar sola (como si tener un hijo te garantizara que te va a amar o cuidar en tu vejez). Te apoyo, pero (esa puta palabra que desdice lo anterior) pensalo, tomate tu tiempo… “Demasiado romanticismo. Reflexiones demagógicas al margen”. Si no querías ser madre te hubieras cuidado con pastillas o DIU. Tenés estudios, obra social, no sos una ignorante, hacete cargo…. “Dedos acusadores y moralistas recalcitrantes abstenerse” …. ¡Stop! Momento de resolver: ¿A quién llamo?
¿Y ahora? Las sentiste agitar en cada marcha, las escuchaste fundamentar en cada debate, participar de la campaña por la despenalización del aborto y palpitar la votación. Las copiaste siguiendo alguna coreo callejera agitando sus pañuelos verdes. Fuiste testigo de sus múltiples escraches a imputados de violar, abusar, matar y denunciar a jueces cómplices. Incorrectas y contestatarias arremeten ante cada agravio “machirulesco”. ¡Pensaste que nunca ibas a acudir a ellas!, estás informada, tus cálculos nunca fallan (charlatanería)… pecaste de soberbia. No se te ocurre otra opción. Hace semanas la imagen en Facebook aparece como anticipándose a tu pedido, como una especie de alerta que te recuerda que ellxs están incansablemente acompañando. Como una burla o capricho del “destino”, hacía poco más de un mes comunicaron que se fue de gira una de sus fundadoras, quien hubiera acudido a tu llamada, fiel a sus convicciones. Hasta la podés imaginar con la mirada penetrante que la distinguía y su tono de voz afirmando “mira pichona…”.
La conocí cuando la muerte irrumpió mi vida tan intempestivamente como esta noticia. De pocas palabras y armas tomar. Capítulo aparte…. en su andar contagió a muchas y las invitó a embarcarse en una lucha colectiva que nunca detuvo su marcha. La “patrulla” se despliega de oeste a este, bajo y alto de la ciudad. Llamás llena de ansiedad pensando que tal vez demoren en responder, cinco tonos de espera y una voz suave te habla desde el otro lado. Insistís porque te urge saber si se consigue misoprostol. Te tranquilizás, te van llamar. Por un minuto dudás, te invaden tus ansiedades y maldecís sentir que tenés que pedir permiso o no poder salir corriendo a la farmacia a conseguir la pasti… Decidís esperar y confiar, la socorrista asignada se va a comunicar.
Suena el celu, mensaje de WhatsApp, videollamada (confinamiento mediante), te envían un folleto titulado “kit”, breve y conciso que no deja ningún dato librado a temerosas interpretaciones. “Esto te puede pasar”, nada de reproches, más allá de las circunstancias, no se te interroga, “esta es una opción, si la tomás acá estamos”. Nunca lo dudé. Nada de dramatismo berreta ni de frases al compás de un “sí se puede” despolitizado. Lejos de apelar a enunciados de autoayuda que te “soban” o alimentan tu narcisismo para tomar coraje e iniciar la travesía, te hablan afectuosamente, pero con firmeza (era una la socorrista que te escolta pero habla respaldada por todas). No se trata de un acto heróico ni vergonzoso. Ni heroínas ni avergonzadas. Respuestas simples, cortas, cualquier tono que roce el melodrama o la tragedia pareciera quedar terminantemente prohibido. Se agradece esa cautela. Palabras moderadas, que detallan de manera precisa los síntomas que puede experimentar tu cuerpo. Te indican los pasos a seguir… siempre hay una luz en el camino…. ¡Córtala! ¡Acabás de decir que nada de idolatrar técnicas de resiliencia para perdonarte e invocar al universo a ver si se digna a atraer la tan anhelada y gloriosa felicidad! (no es una revelación o metáfora para que este cuento suene bonito, esa luz forma parte de la patrulla, pone el cuerpo, su tiempo, se compromete).
Y cuando las circunstancias apremian, de tu grupo de amigas elegís arbitrariamente a aquella que sabés que no emite opiniones inoportunas. ¡Linda tarea asignada para la cuarentena! ¡las amigas siempre te bancan! Claro que mientras también apremia el tiempo. Paradójicamente las horas del día en el encierro se enlentecen. Mi amiga sin titubear me dice: “Bueno, me voy a tu casa”. Respondo: “Puedo sola”. El verso de los controles policiales, la distancia. Ella: “No, no podés sola. Mejor dicho, no es bueno estar sola”. La pandemia resultó ser una aliada para evitar un decálogo de excusas en el laburo, entre otras. Primera etapa en marcha. Tenés un sangrado ¡te agarró cagazzzssso! Encima estás conectada a una reunión laboral. ¡Pluf, palmó internet, recursos de la cuarentena! Consultas a tu socorrista e inmediatamente obtenés su repuesta: “a esperar, tu cuerpo se prepara”.
Jueves santo: la vida siempre te da revancha para sentirte un poquito más hereje. Así iniciamos la charla con su llegada. Desayunamos juntas, sale la segunda etapa, “la chiquitolina” (cuatro pastillas diminutas de misoprostol) inician su efecto en el cuerpo. ¡Dijiste que no es una historia de superhéroes! ¡Ponele pero El Chapulín Colorado lograba- sin renunciar a su torpeza- anteponerse a las dificultades! Los escalofríos no me impiden escuchar a mi amiga, trabajamos un rato, me lee algo, diseñamos unas actividades, corro al baño, me acuesto, me tapo. A la hora me da hambre, me como una manzana. A las tres horas voy al baño. No quiero resultar escatológica pero mientras se desprende lentamente el saco gestacional sentí un profundo alivio, ese gesto expulsivo podría igualarse a la intransferible sensación de bienestar luego de evacuar (defecar tenía que decirlo). Imagínate ¿ir de cuerpo le dicen? Después de aguantar en el bondi camino a tu casa un buen rato las ganas de… después de una jornada intensa… más si los baños públicos -como en tu caso- inhiben la cosa. Salgo a los 10 minutos y pronuncio las palabras mágicas: “ya está, parece que la chiquitolina funcionó” ¿tan rápido? Creo que mi amiga pensó que estaba errada, pero asintió con la cabeza, hubiese sido impertinente contradecirme a esa altura. Por las dudas saqué foto. A las dos horas vuelvo al baño: elimino cuatro coágulos, la cantidad que estaba dibujada en el folleto. Para alguien tan previsora como quien les habla (salvo por la noticia que da inicio a este cuento) había que cerciorarse de hacer las cosas bien, los conté, los miré, volví a sacar fotos ¡la selfie me pareció mucho! ¡Está bien que en cuarentena la gente registra y divulga todo…! y sentí un profundo placer. Confieso que cada dibujo y detalle de ese folleto me permitieron llevar adelante el proceso de manera segura. Pienso en la importancia de ese material confeccionado por la patrulla. Anticiparse es bueno -me repetía- haciendo gala de mi insistente afán de previsión al que algunas veces traiciono.
Contame otro cuento: ¿tenía que llorar o angustiarme?, ¿arrepentirme?, ¿desgarrarme de dolor?, nada de eso. Cenamos, tenía hambre, buen síntoma, pensé, para alguien que disfruta el morfi como yo. Instantáneamente me invadió un sueño pesado, mi amiga puso una película pedorra (que casualmente relataba en tono de comedia los periplos de una madre agobiada por la rutina doméstica), nos reímos, me dormí refugiada y custodiada por su compañía. Aún desconozco si a ella le costó un poco más conciliar el sueño. Amaneció, siempre amanece, y casi en un acto impulsivo abro el cajón de la mesa de luz, miro el test digital: “se borró”. Lo tiramos a la basura. Nos reímos. Mi amiga dice: “Soñé que era tu cumpleaños, pero es 10 de abril ¡imposible!”. Almorzamos, descorchamos un vino y celebramos la amistad entre carcajadas cómplices, convencidas de que la risa nos hace invencibles, saboreando el afecto de tenernos, disfrutando que te abracen hasta con barbijo y, si es necesario, te lo confeccionen. Empachadas y embriagas de vida, agendando en nuestra lista de “in-triunfos” otra anécdota para conmemorar.
Luego a hacerme la ecografía, la imperiosa necesidad de confirmar que el proceso se completó aun cuando tu cuerpo te marca que esas desagradables náuseas y el malestar generalizado de días atrás desapareció. A los 15 días repetimos el ritual. ¡Puede pasar, a no asustarse! Claro con el diario del lunes decretarse valiente es fácil. Segunda toma de misoprostol. Repetís insistentemente ¡no me dolió! ¿no funcionó? Bueno, no quisiste joder, pero no aguantás y le escribís a ella -la socorrista asignada- que irradia confianza y te cuenta otro cuento: “si no duele o el sangrado no es abundante no significa que está mal hecho el procedimiento”. Mi amiga dice: “Soñé que tomaba el miso que te sobró”. Volvimos a brindar, trabajamos juntas largas horas aprovechando que transgredimos la cuarentena nuevamente. Me siento un poco más libre, tomé una decisión, podría haber tomado otra, como cualquier paso -aunque no por eso menos importante- que damos en nuestro estar siendo.
De nuevo otra ecografía: “No hay restos ovulares”, proceso concluido. Las palabras de mi amiga y la socorrista, sin conocerse, se funden en un grito de alegría. ¡Sí, la respuesta de ambas coincide! ¡qué alegría! No las convoqué a un velorio, las hice partícipes de mi decisión con todo lo que ello implica. Mi amiga prosigue: ¡¡¡va a ser ley y lo vamos a festejar más juntas que nunca!!!
Seguís pensando: “¿tanto cuento para esto?”. He tenidos dolores físicos o “emocionales” más intensos o desgarradores en mi vida. Estimo que no sirven las comparaciones, pero mentiría con un dejo de hipocresía si digo que no suelo recurrir a éstas. Mis primeras visitas ginecológicas acontecieron cargadas de “descuidos” médicos. Antecedieron a una intervención quirúrgica, un balbuceo de diagnósticos pocos claros e inadecuados, entre los cuales alguien llegó a decirme “corres el riesgo de ser infértil”. Ser o no ser esa maldita expresión. Por suerte los planes que una se dicta fallan y las profecías que otrxs versan sobre una también fracasan con bastante recurrencia.
Modo emergencia desactivado. Ahora, contate la posta ¿sentiste dolor? “Dolor no, mejor dicho, poco”. ¿Sentiste miedo? “Sí, mucho, a no conseguir misoprostol, o a que se pase el tiempo aun cuando en época de pandemia la noción de éste se perturbe. El tiempo escasea o abunda según las circunstancias. Debo confesar que experimenté miedo, no de interrumpir un embarazo, sino de que no se interrumpiera y casi en un instante confirmás la eficacia del misoprostol. Claro que hay que conseguirlo y tomarlo en condiciones seguras, con indicaciones precisas. Puedo contar este cuento porque me pasó en el 2020, en la vorágine y la “pachorra” de esta pandemia inédita, aunque con la patrulla armada, con una lucha a cuestas, con años de socorrismo que te anteceden.
De golpe sos acreedora del coraje e irreverencia de quienes tienen y tuvieron las agallas suficientes de abortar mandatos y romper con las reglas impuestas. Este tipo de relatos tienen que embanderar las calles, la redes y, aunque muchas socorristas y compañeras que abortaron lo hacen, el miedo, los mitos transferidos por décadas, siglos, por momentos más o menos inconscientes, parecen ganar la pulseada.
Este relato no es monstruoso, habla de la vida, de distintas formas que adopta el amor, de las elecciones, de la importancia de lxs otros, del incalculable valor de la amistad, de personajes centrales en tu vida que ni conocías y de otros que no se nombran, pero de quienes queda atesorado el gusto por los encuentros compartidos. Brindo también por las coincidencias y la construcción de vínculos genuinos, sin tantos títulos ni reproches. ¡Contame otro cuento! Un derroche de charlas inteligentes, que te enseñan y muestran al otro al desnudo, en todas sus formas, con sus miserias y bondades. Encuentros atiborrados de deseos incontrolables, expuestos a un bombardeo de miradas y batallas por quién comanda la palabra. Esos otros que te invitan a conocer sus luchas internas, tan distintas a las tuyas que te seducen y te espantan en un combo exquisito. Y si alguien está a salvo del espanto o la seducción puede declarase inmune a la vulnerabilidad humana.
Momento de correme del centro, claramente esto no me pasa sólo a mí, sería muy egoísta mirar mi propio ombligo. ¡Igual, confieso que sufrió alteraciones en su forma, después de una sacudida hormonal nada permanece en su lugar! Volvamos, solo a modo descriptivo, en la sala de espera para hacerme la ecografía escuche la palabra aborto tres veces, en un período que no superó los 35 minutos de estadía allí… saquen cuentas. Me sacude una mezcla de impotencia embadurnada de ridiculez. Sí, me resulta irrisorio que esté en debate la posibilidad de abortar, parece anacrónico, mejor dicho, injusto. ¡¡Dejémos de joder chiques!! Y ahí tomé dimensión de la sociedad hipócrita en la que vivimos, de la necesidad de que sea ley, que cada quien decida sin la parafernalia de inventar cuentos para conseguir la chiquitolina. Anhelo que alguna vez, no tan lejana, contar historias de cómo accediste al misoprostol se convierta en cuento.
Este breve relato biográfico no deja de interpelarme y se convierte en denuncia: basta de estafarnos, nos contaron un cuento que es puro cuento. Los límites entre lo privado, lo público, lo propio y lo colectivo se confunden, se amalgaman, se fusionan de modo que es difícil distinguir hasta dónde mi relato me pertenece o les pertenece. Sola esto no hubiera sido posible. No dejo de pensar en mi posición de privilegio, pienso en la otra pandemia, la violencia que azota a muchas, la precariedad en la que deciden -cuando pueden- algunas. No dejemos de lado la consigna de gratuidad, para todas, pero principalmente por aquellas que para ver el mismo alerta en Facebook tienen que disponer de datos móviles, para llamar a una socorrista tienen que hacerlo a escondidas, para cargar el celu tienen que pedir plata, robar, manotear el de su compañero mientras duerme, hablar despacio o en código, borrar rastros de la llamada… Todo eso insume tiempo, que se esfuma, atormenta, culpabiliza, deshumaniza. Celebro haber tenido ese terreno allanado, por eso y por tantas injusticias incito a que se amplifiquen nuestras voces, como el sonido que irradia y retumba en cada marcha por el megáfono al son de “Aborto legal, seguro y gratuito”. Se acabó nuestra paciencia.
Durante mi infancia nunca llegué a completar la biblioteca con la colección de la serie literaria “Elige tu propia aventura” y, tal vez, es una especie de guiño para hacerle honor a ese título. Destaco que este tipo de formatos, con todas sus limitaciones, parecía inaugurar un género inédito que personalmente habilitó la posibilidad de ensayar la exploración de caminos y finales posibles. Tal vez ahí aprendí, a duras penas, que frente a un acontecimiento no existe un único destino, el camino se bifurca. Recuerdo la alegría de elegir mi propia aventura, cada libro que se posaba en mi mano me imponía un nuevo desafío: averiguar cuántos finales traía para no perderme ninguno, y si mi hermano me anticipaba el relato brotaba de furia, quería transitarlo yo. Claro que a veces usufructuaba de su capacidad de anticiparse (como la patrulla) y chusmeaba su anotador con las páginas que indicaban los caminos posibles a tomar. Pero una siempre aprende a hacer trampa, la ley de la vida, como algunos finales me gustaban más que otros, después solo releía el que más me convencía. Pero había otra ventaja, se podía retroceder y turbar la primera elección. En la vida ensayamos todo el tiempo y esa posibilidad de volver a atrás y rumbear para la izquierda no existe, pero maravillosamente el horizonte que se abre no se reduce a una opción, y menos si es impuesto caprichosamente bajo falsos manifiestos en defensa de la vida. Vidas que luego merecen ser encarceladas o aniquiladas. No quiero que nadie nos niegue el derecho a elegir ni a equivocarnos. Elegir es un derecho inherente a la condición humana. Claro que elegimos siempre dentro de unos límites -desiguales para variar- elegimos dentro de un repertorio y condiciones que se imponen y otras que podemos maniobrar. El desafío es democratizar el acceso a ese repertorio para ampliar esos márgenes de elección. Si el misoprostol es un hecho, entonces las condiciones están dadas, no hay argumentos para dilatar su distribución gratuita.
Estamos hechos de historias para contar, la vida es una ficción, depende como te la cuenten o te la cuentes, el saldo se inclina del lado del debe o del haber… construyamos otros relatos… hagámosles circular…
La vida…continúa….
¡Gracias!
Dos agregados a modo de aclaraciones:
No vale la pena contar los periplos atinentes a la atención médica recibida en el medio de la pandemia, con todas las restricciones y privilegios que mi posición actual suponen frente a la misma. Pero una palabra podría resumir algunas prácticas: mitigar. Pienso cómo puede ejercer su “profesión”, mejor dicho, este tipo de profesión, quien mitiga. No afirmo esto con intención de generalizar, por suerte, otres la ejercen amorosamente. En el fondo intuyo, a riesgo de equivocarme, que esta médica ni siquiera ponía en duda la decisión de abortar, sino que en nombre de su estatus médico vaticinó un listado (innecesario a esa altura) de probabilidades catastróficas a las que podría haberme expuesto (embarazo ectópico, infecciones, etc.) ¡Me estas jodiendo! ¡otra vez la misma historia! Como si continuar el embarazo evitara a priori cualquiera de esas posibilidades. Leía en sus gestos de ceño fruncido las ganas de saber quién me suministró el misoprostol. Hizo lo que tenía que hacer, sí, me recetó misoprostol para terminar el proceso (odisea aparte encontrarlo en alguna farmacia aún cuando contás con el efectivo para hacerlo), pero no omitió adjudicarse la última palabra ni la potestad de ejercer poder de manera violenta ¿cómo? Guardándose información, jugando a hacerse la misteriosa. Su discurso disciplinante, apocalíptico (propio de la retórica persuasiva durante la pandemia) me incomodó, me preocupó, pero no perturbó mi forma de pensar. Al contrario, me dio letra para seguir insistiendo que sus argumentos carecen de todo respeto. ¡Contame otro cuento! Abortar en condiciones dignas, es salud.
¡Dale! Cortala con el rollo de si fue provocado o espontáneo, como si ubicarte en un polo te lavara las culpas, convirtiéndote automáticamente en objeto de lástima. Inversamente, si decidís interrumpir, atenete a cualquier tipo de escarnio. Me niego a dar explicaciones, aunque elegí darlas. Neguémonxs a hacerlo. Igual, si me preguntan, hoy más que nunca, me inclino del lado de quienes se cuelgan el pañuelo verde. En estos casos las medias tintas no suman.
La contracara de mitigar es convidar. Pienso en estas locas que dedican horas de sus vidas a militar una causa justa. Convidan: quien dona no escatima esfuerzos. Ese diminuto gesto me emocionó, me enseñó que el que talla una obra o convida algo no mitiga, trabaja y distribuye, sin restricciones para que su obra sea tan suya como de otres. Ejercen un arte –no se andan con peros ni vueltas, no guardan secretos, ni escatiman o evalúan a quien o por qué la ayudan. El arte de acompañar… Nuevamente se agradece. Algo más… calificar el trabajo de las socorristas, ¡imposible! se vuelve inmenso, tanto que no cabe en una palabra…