“Comí muchas aceitunas”
Juana, 32 años, Comarca Andina, Río Negro-Chubut.
Soy Socorrista y también soy trabajadora de la salud. A principios de marzo, un poquito después de que se declarara la pandemia y que explotara el trabajo y el estrés en el hospital, empecé con síntomas: primero las tetas me explotaban y una noche quise comer una aceituna y casi vomito del asco (¡con lo que amo las aceitunas!), tenía sueño todo el tiempo y las energías sólo me alcanzaban para volver a casa y dormir siestas.
Del embarazo no deseado y del plan de aborto, aparte de varias de mis compañeras del socorro, sabían mi compañero, un par de amigas del hospital, mi hermanamiga y algunas otras amigas que están lejos (no sólo nos separaba la cuarentena, sino la distancia real de kilómetros).
La red internacional de feministas y mi pase de trabajadora de la salud me permitieron encontrarme con una hermosa persona que me iba a dar toda la información y el amor que necesitaba después de recorrer toda la ciudad vacía.
Una compañera enorme y gran maestra del feminismo socorrista me dijo “yo te acompaño” y mi alma descansó.
Las chicas me ayudaron a acomodar mis guardias para que me quede libre el fin de semana largo de Semana Chanta (si no nos podemos juntar en plenaria, ¡abortemos acompañadas de amigas!). Leímos el folleto con mi compañero, le tocó encargarse de tener provisiones para que yo pudiese comer cosas ricas después, de buscar la bolsita de semillas calientes y el ungüento de lavanda para que esté todo a mano. Planeamos que si pasaba alguna alarma llamaba a una de mis amigas del hospi, y calculé cuándo empezar y hacer cada paso para tener tiempo para descansar y recuperarme bien antes de volver al hospital y su estresante rutina.
El jueves a la mañana pusimos el despertador, nos levantamos, desayunamos unas tostadas con manteca, inflé el colchón inflable al lado del calefactor y enfrente del baño (es estratégica la casa chiquita), a las 9:30 me tomé un ibuprofeno y a las 11:00 seguí con la medicación para abortar.
Con mi cuerpo nos conocemos, hace no mucho, cuando pasaron 25 minutos del miso abajo de la lengua, que ya se había disuelto, vomité todas las tostadas y empezaron los dolores. En media hora había expulsado, justo cuando empezó a sonar Norah Jones. Mi compañero limpió todo el baño. Le escribí a mi socorrista (amora) “ya está, expulsé” y me dormí. Cuando me desperté a las 2 horas tenía mensajes de las chicas que sabían con fecha mi plan de acción y también tenía mensaje de mi hermana y de mi amiga que se fue a vivir lejos (que no sabían que esa mañana iba a hacer el aborto) diciéndome cosas de amor y preguntándome cómo estaba. Respondí los mensajes, comí un sanguchito, un turrón y me volví a dormir hasta que el guiso de lentejas estuvo hecho.
Ser socorrista es una profesión hermosa, que me acompañe una amiga socorrista me llenó de amor. Extraño tanto abrazarlas y que nos encontremos y compartamos tecitos y mates en las reuniones.
El feminismo socorrista nos acompaña siempre, pero siempre.
La noche siguiente, comí muchas aceitunas.