Cooperativa Mujeres del Pantanillo, una cooperativa de cuidados, feminista y popular

Al pie de las Sierras Comechingones, en la ciudad de Merlo, San Luis, un grupo de mujeres  creó una cooperativa de cuidados a la que han llamado como el barrio popular en el que activan desde el feminismo: Cooperativa de Cuidados Mujeres del Pantanillo. Con la convicción de vivir una vida feminista y hacerle frente de manera colectiva a las violencias machistas, van dándole forma a una organización que tiene casi dos años de existencia formal.

Por Noelia Aguilar Moriena

La ya celebre frase de la escritora feminista Silvia Federici, “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, aplica de lleno al recorrido de la Cooperativa de Cuidados Mujeres del Pantanillo.  Una cooperativa feminista  integranda por 8 mujeres y que formalmente cobró vida hace 21 meses en la Villla de Merlo, una ciudad ubicada al noreste de la provincia de San Luis.

Y por qué una cooperativa de cuidados. Porque, como detalla Laila Sanz,  una de sus integrantes,  es “la problemática que atraviesa a las mujeres de los barrios populares, ligada a las grandes dificultades para generar un ingreso  y a su vez garantizar las tareas de cuidados. Eso es lo que buscamos resolver con esta cooperativa”. 

Las tareas de cuidados que desde siempre -e injustamente naturalizadas en el rol de la ama de casa- realizan las mujeres, sostienen al sistema capitalista sin reconocer ni un ápice de ese trabajo. Eso lo demuestran, por ejemplo, los datos oficiales publicados en 2020 por el Ministerio de Economía, que indicaron que las tareas de cuidados representaban el 16% del PBI en Argentina.

“El trabajo de la sostenibilidad de la casa, el cuidado de les hijes, de les ancianes,  les dificulta a un gran porcentaje de las mujeres de los barrios populares conseguir un ingreso digno fuera de la casa. Entonces, a partir de reconocer  los trabajos de cuidados como una necesidad que atravesamos en general las mujeres,  en esto de que hay una división sexual del trabajo que nos pone en un lugar de cuidados permanente y nos impide poder mejorar nuestros ingresos, pensamos que brindar ese servicio puede llegar a facilitar la vida de otras mujeres y, también, la nuestra”, detalla Laila.

Los inicios al calor del Ni Una Menos

La conformación de Mujeres del Pantanillo tiene que ver con un proceso que se remonta al  3 de junio  del 2015 con el primer  Ni Una Menos, donde feministas de distintos  pueblos  del Valle del Conlara salieron a la calle para sumarse a ese primer masivo grito federal. “Nos sumamos a ese Ni Una Menos y lo que sucedió en esa movilización espontánea es que un montón de mujeres de los pueblos vecinos, como Concarán, Santa Rosa, Cortaderas,  empezaron a contar sus historias de violencia de género y eso nos llevó a conformar un espacio para acompañar situaciones de violencia”, explica la activista.

Sin formación para acompañar  pero con mucho impulso, articulaciones y responsabilidad, ese grupo fue construyéndose en la práctica. Algunas de las cosas que aprendieron es que “la denuncia es el primer paso para repensar una vida sin violencia y luego hay que construir, planificar una nueva vida”. Dentro de esa planificación, uno de los puntos que advirtieron como fundamental tiene que ver con la autonomía económica.

“Por eso, conformamos una organización que empezó a moverse en un territorio específico que es el barrio popular El Pantanillo, un barrio que se constituyó a partir de que familias tomaran las tierras, hasta el día de hoy no tienen la tenencia de esos terrenos, aún sigue siendo un barrio con calles sin asfaltar, con problemas de acceso al agua y a la luz”, detalla Laila. Y agrega: “en ese espacio territorial, las mujeres que en su primer momento se acercaron por tener en común la situación de haber atravesado la violencia de género, empezaron a correrse del rol de víctimas y generar junto a nosotras propuestas para la comunidad”.

En ese proceso también aprendieron que todas las mujeres a lo largo de sus vidas atraviesan distintas violencias, no necesariamente física, sino económica, psicológica, simbólica, institucional, dentro y fuera de nuestra casa. Y después de algunos años de hacer una sostenida militancia  territorial ligada a la visibilización de las violencias machistas, esas mujeres organizadas sintieron la necesidad de fortalecer su autonomía económica generando un proyecto de ingreso autogestivo.

“Y fue allí donde empezamos a buscar cuál era la manera que más tenía que ver con nuestra forma de trabajar y encontramos en la cooperativa un formato con el cual nos identificamos por sus valores. Valores solidarios, de toma de decisión horizontal, de compartir las ganancias de manera igualitaria y sobre todo  la gestión democrática en la toma de decisiones”, expresa Laila recordando los detalles de esos inicios difíciles pero cargados de entusiasmo. 

Cooperativa y ESI

Que sea una cooperativa prestadora del servicio de cuidados tiene como beneficio la posibilidad de llegar a un acuerdo más accesible en cuanto a reciprocidad, un acuerdo económico que sea más accesible para la mayoría de la población. “Y no que quede como una cuota privada altísima y solamente para las clases altas. Entonces, por un lado, se genera trabajo autogestivo para las compañeras que están en esa tarea de cuidar y por otro, se genera un servicio a la comunidad para que esas familias que tienen niñeces, puedan descansar en la cooperativa”, explica Laila.

Además, sus integrantes tienen un férreo posicionamiento político respecto a cómo acompañar a las niñeces y allí se hace presente la Educación Sexual Integral. Posicionamiento explícito “que atraviesa también todo el tiempo en el que estamos cuidando a las niñeces. Tanto sea en los juegos, en las imágenes que ven en la cooperativa, las herramientas con las que trabajamos con les niñes tienen que ver con una perspectiva desde la ESI”.

Proyectos por y para la comunidad

Un primer aprendizaje dándole vida a  la cooperativa,  fue poner en valor el cuidado como un trabajo. Y en ese sentido, en el año 2023 presentaron una  propuesta de ordenanza al Concejo Deliberante de Merlo titulada “Cuidar es Trabajo”.

Laila detalla que “el proyecto se basa en la idea de que el cuidado es un trabajo esencial que recae en las mujeres y disidencias.  Y también aborda la necesidad de profesionalizar el trabajo de cuidado y proporcionar capacitación en el área. Además, busca concientizar a la sociedad sobre la importancia de este trabajo y promover una distribución más equitativa de las responsabilidades de cuidado entre géneros”.

Y en ese marco, también priorizar a las cooperativas como entes prestadores de este servicio. “Nos parece importante  pensarlo desde ahí y que no quede como un servicio privatizado que solamente esté al alcance de las personas que pueden pagarlo”.

Así, con la plena convicción que desde la organización feminista las mujeres se sostienen, va creciendo esta cooperativa que cada día ofrece más servicios y los mantiene, pese al contexto hostil que atraviesa el país. “Sabemos que son tiempos difíciles, pero nos sostenemos entre nosotras y así, vamos avanzando, construyendo el mundo  feminista con el que soñamos”, finaliza.

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