Entrevista a Verónica Gago, para pensar juntes un nuevo 8M

Foto: Irupé Tentorio
“Son los feminismos rebeldes y anti-neoliberales, aquellos que cuestionan tanto la precariedad de la vida de los sectores trabajadores, precarizados, subalternos, expoliados como las jerarquías clasistas, racistas y sexistas que le son inherentes”, dice en esta entrevista Verónica Gago, quien en vistas a un nuevo 8M, pone de manifiesto el trabajo feminista de tejido y conexión de redes para que la potencia desplegada en las calles siga politizando nuevos espacios y construyendo pedagogía.
Por Laura Rosso
-Un nuevo paro para pensarnos y pensar nuestrxs cuerpxs, ¿qué representa y qué significa este 8M después de aquel primer paro del 19 de octubre de 2016?
-Persistencia. Es algo a poner en valor. Es la continuidad de estos años en los que se sostuvo un proceso político tan particular como es la huelga feminista lo que nos da posibilidad de ir pensando ciclos del movimiento, crecimientos, desplazamientos, tendencias y latencias. Esto es muy rico e importante por varias razones. Primero, porque permite construir justamente un flujo de acciones en el tiempo, apostar a un aprendizaje colectivo -que se ve por ejemplo en el cambio mismo de los nombres del paro- y tener un punto de acumulación de fuerzas. Pero también darnos cuenta del enorme esfuerzo que significa cada vez su organización. Nada funciona en automático. La masividad que se ha logrado no es espontánea, tampoco la ocupación de las calles en su sentido festivo y radical.
A su vez, esta continuidad de años está atravesada por la discontinuidad. Este es un segundo punto: cada vez es distinto, el paro es versátil a la coyuntura y esa es su fuerza también. El paro es un dispositivo de organización y un momento colectivo que nos obliga a una lectura de coyuntura desde los feminismos, donde problemas y demandas clave como el trabajo y las violencias deben ser reactualizados. Cada año aprendemos qué significa hacer reuniones, asambleas, movilizar en relación a lo que está sucediendo, escribir análisis que den cuenta de nuestras prácticas. Cada instancia política funciona como un catalizador de los debates de los feminismos, de sus prioridades y potencias, de sus debilidades y zonas de comodidad también. Tercer punto, quisiera remarcar que la continuidad del paro está tramada también con una coyuntura internacional: desde el inicio el paro ha devenido trasnacional, ha abierto un innumerable campo de interlocuciones con prácticas y territorios bien diversos, se han multiplicado redes y encuentros transfronterizos. De nuevo: esto es algo que requiere un trabajo de conexión, de tejido de vínculos. ¿Cómo pensamos este año lo que sucede en Perú y en Irán, por ejemplo? ¿Cómo lo hacemos próximo a lo que nos afecta acá? ¿Qué fuerza de intervención tienen los feminismos?
Creo que es por sostener estas preguntas sobre lo transnacional que hemos podido ir detectando las formas de reacción, contra-ofensiva, giros a la derecha y también los modos en que las dinámicas feministas van tomando ritmo, secuenciando intensidades en distintos lugares del mundo. Lo que Judith Butler llama “proyecto de restauración patriarcal” emerge cuando hacemos análisis de las situaciones concretas en una perspectiva regional, global y territorializada en simultáneo. Esto nos permite leer hacia dónde buscan rearmarse los poderes que son también globales. Nos permite pensar nuestras estrategias en varias escalas a la vez.
En cuarto lugar, tenemos que volver a decir que tuvimos “en el medio” de este proceso a la pandemia, lo que fue un enorme shock de discontinuidad, de emergencia, que nos obligó a rearmarnos en cada lugar, a repensar en velocidad cómo sostener nuestras prácticas políticas cotidianas y las urgencias en las que quedaron demandadas las redes transfeministas. Muchas de esas “discontinuidades” llegaron para quedarse y son parte de la llamada “normalidad” pospandemia. Esto también explica muchos de los debates de hoy.



-¿Cuáles crees que son las nuevas luchas regionales y globales, aquellas que van ganando fuerza?
-Creo que la pandemia dejó aún más al descubierto un conjunto de urgencias referidas a lo que se entiende como la reproducción social: alimentos, vivienda, salud, educación, propiedad de la tierra y por supuesto el par ingresos (sean salarios, subsidios o jubilaciones) – deuda. En varios lugares vemos que se han organizado simultáneamente las luchas por la vivienda, por la regulación del alquiler, contra los desalojos. Y lo interesante, como pasa con muchas protestas en estos momentos, es que toman un carácter feminista en sus planteos, en sus lenguajes, en sus articulaciones políticas.
Ahí veo otro enorme punto de interés: se trata de luchas que en relación a su “contenido” no necesariamente eran percibidas como estrictamente feministas, al menos en su historia reciente, pero hoy sí toman ese carácter. Esto le permite a los feminismos proliferar en espacios y ámbitos en los que antes no tenía tanta presencia. Esto es una evidencia de que los feminismos han politizado los ámbitos de la reproducción de la vida de modo tal que se vuelven ineludibles en esos reclamos.
Lo mismo ha pasado con el tema de la justicia y, más aún, con las cuestiones vinculadas a la ecología, al ambiente, a los territorios devastados por el saqueo del capitalismo extractivo. Estas luchas han tomado un carácter más radical, han construido mayor capacidad de difusión justamente porque los feminismos han hecho una pedagogía enorme sobre lo que significa la soberanía sobre los cuerpos y los territorios. De modo más general diría que como son los espacios feministas barriales, comunitarios, sindicales, indígenas, anti-racistas, populares y educativos los que máscapacidad tienen de diagnosticar la crisis de este capitalismo financiero al que se nos somete, son también los que más ámbitos de intervención producen. Esta cuestión me parece clave: la gravedad del diagnóstico no lleva a la mera pesadumbre, escepticismo o catastrofismo. Por el contrario, la audacia y el realismo del diagnóstico va en conjunto a un pensamiento estratégico sobre qué hacer. Por eso también vemos un mapa de criminalización y represión en alza de luchas y liderazgos asociados a estas problemáticas.
-¿Dónde crece la potencia feminista en estos tiempos de avances ultraconservadores?
-Creo que tenemos varias dificultades a las que nos vemos confrontades. Por un lado, hoy es cada vez más difícil tener tiempo para dedicarle a la organización política, tener disponibilidad para la articulación que requiere un montón de trabajo, participar en reuniones, etc. En fin, todo ese trabajo invisibilizado que es el de sostener colectivas, cultivar redes, mantener espacios de encuentro compite directamente con lo que debemos trabajar para vivir. Todo esto porque las jornadas laborales se han intensificado y alargado en un doble sentido: tanto presencial como virtualmente.
Entonces, la guerra sobre la duración de la jornada de trabajo -como cuando se reclamaban las ochos horas en los siglos pasados- vuelve a ser decisiva, pero en coordenadas completamente distintas y en condiciones de precariedad y/o de-salarización para las mayorías.
Por otro lado, como decís, los avances ultraconservadores obligan a estar respondiendo a situaciones dramáticas y a un corrimiento de los puntos de conflicto. Pero me parece importante señalar que esos avances conservadores prosperan porque prometen parches y fórmulas de estabilidad ante el cuestionamiento y la desestabilización de los privilegios cisheteropatriarcales, coloniales y de clase que los feminismos expresan. De manera simultánea, esta desestabilización que producen los feminismos se vive en medio de la precariedad en aumento. Es decir, la virulencia de los conservadurismos logra hacerse sentido común en quienes no tendemos a identificar como “sectores privilegiados” precisamente porque es una manera de responder y reaccionar frente a la desestabilización del orden justo cuando las condiciones de vida se ponen más y más difícil para las mayorías.
Es bien complicado cómo se retroalimentan estas dos dinámicas. Y no es casual, y de allí la potencia, que sean los feminismos rebeldes, anti-neoliberales, aquellos que cuestionan ambas cosas: tanto la precariedad de la vida de los sectores trabajadores, precarizados, subalternos, expoliados como las jerarquías clasistas, racistas y sexistas que le son inherentes. El avance conservador quiere dividir ambas cuestiones: hacer de cuenta que si mantenemos la familia cisherteronormativa, con todas sus violencias, eso será un reaseguro contra la crisis de vivienda, por ejemplo. O que solo reforzando el mandato de maternidad obligatoria los varones no se sentirán devaluados en su poder patriarcal aún si son híper explotados o desempleados. Y así podríamos pensar muchas situaciones y ejemplos.
-¿Qué resonancias llegan a nuestro país de otros territorios latinoamericanos, con sus geografías particulares, para este 8M?
-Quisiera remarcar dos que son gravísimas. Lo que está sucediendo en Perú con el gobierno de Dina Boluarte, que está llevando adelante una masacre represiva, con detenciones arbitrarias en todas las protestas, racismo explícito en la criminalización de lxs dirigentxs y el asesinato especialmente de jóvenes. Allí vemos una deriva antidemocrática extrema que se conecta con distintos episodios recientes en nuestro
continente.
La segunda son las cárceles de jóvenes que el gobierno de Nayib Bukele en El Salvador muestra como propaganda mientras propone una economía basada en el libre mercado de criptomonedas. Esa combinación aparece como una suerte de “solución final” para la conflictividad en nuestra región y así dar todo el poder al capital transnacional.
La cuestión de la guerra por la tierra y por los recursos se ha vuelto más cruenta, marcadamente imperialista, y las formas de gobierno que requiere esa modalidad depredadora del capitalismo contemporáneo exige cada vez mayor violencia directa.
Al mismo tiempo, quiero señalar que siguen siendo muy nutritivas desde mi punto de vista las relaciones tan estrechas con compañeras y compañeres de Brasil, Colombia y Chile, ya que los procesos políticos de esos países interlocutan directamente con asuntos clave para el debate y la acción feminista y, de hecho, hay muchxs compañerxs en las organizaciones y en las instituciones que están dando peleas muy importantes para entender qué tipo de transformaciones se están empujando.
-¿Cómo conectas estas huelgas antipatriarcales, antirracistas y antineoliberales con los mandatos de género y el aborto legal conquistado hace poco más de dos años?
-Creo que tuvieron una mutua imbricación como procesos políticos, especialmente en 2017 y 2018 hasta el 2020, cuando se ganó el derecho al aborto, que fue potentísima. La marea verde ha sido una dinámica de radicalización y masividad clave para los feminismos. También de impacto transnacional. Y, sin dudas, propulsora de debates de fondo sobre qué entendemos por autonomía.
-SenRed cumplió en 2022, diez años de activismo feminista, ¿qué deseos desplegás para esta Red de acompañantes que no deja de crecer?
-Con toda mi admiración, les deseo alegría, coraje y persistencia. Son atributos que ya tienen y despliegan pero su perseverancia nos alimenta a todes.
