Agua envenenada: el arsénico que nos toma

En el imaginario popular, el arsénico aparece en novelas policiales como un veneno sutil, perfecto para eliminar enemigos sin dejar rastro. Lo que no nos contaron es que, en Argentina, no hace falta ser víctima de un plan maestro o un complot internacional para intoxicarse. El veneno viene con sello estatal y fecha de vencimiento indefinida. Basta con abrir la canilla y llenar un vaso, poner a hervir el arroz o cebar un mate.

Por Daniela Cardano

Este 8 de marzo, levantamos la voz también por el acceso al agua segura, un derecho fundamental que el Estado sigue ignorando. Desde Tandil, Ana nos comparte su indignación ante un sistema que no protege lo más básico: «El acceso a agua es tan esencial como cualquier derecho y el feminismo nos enseña a no esperar favores, sino a exigir lo que nos corresponde», asegura con firmeza.

Ana es activista ambiental en una de las ciudades de la provincia de Buenos Aires afectadas por altos niveles de arsénico en el agua potable. Para ella, esta situación refleja un abandono sistemático. «Usamos el agua para todo y nadie nos avisa si está contaminada. No informan si los filtros sirven o no, si nos está haciendo mal. Nos sentimos completamente desprotegides y por eso llevaremos nuestra voz este 8 de marzo en el Paro Internacional Feminista», comenta con preocupación.

El contaminante no deja huellas inmediatas, pero envenena lentamente a comunidades enteras. Según el «Mapa de Arsénico», actualizado en noviembre de 2024 por el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), vastas regiones del país tienen niveles de arsénico en el agua potable muy por encima del límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que es de 0.01 mg/L. En algunas zonas, los niveles superan hasta 70 veces ese valor. Sin embargo, ni el gobierno nacional, ni los provinciales, ni los municipales parecen estar demasiado apurados en cambiar el menú tóxico.

Un trabajo silencioso

El arsénico es un metaloide que, en lugar de ser tratado como una emergencia sanitaria, se ha vuelto parte de lo cotidiano. Su origen se remonta a procesos geológicos ocurridos hace millones de años, cuando la estructura de la Cordillera de los Andes se levantó.

Las regiones más afectadas por este fenómeno incluyen el 70% de la provincia de Buenos Aires, especialmente el corredor de la ruta 5, como 9 de Julio, Bragado, Casares, Trenque Lauquen, y áreas cercanas a Mar del Plata, Tandil y al partido de Tres Arroyos. También se encuentra en el sur de Córdoba, Santa Fe, La Pampa, Mendoza, y en el norte, particularmente en Tucumán, Santiago del Estero, Salta, Chaco y Formosa.

A pesar de su persistencia histórica, el Estado sigue sin tomar medidas adecuadas. El Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico (HACRE) es una enfermedad que Argentina conoce desde hace más de un siglo, pero que sigue siendo ignorada. No se trata de un problema menor: el Ministerio de Salud de la Nación (hoy degradado a Secretaría) advirtió en 2011 que puede provocar cáncer, enfermedades cardiovasculares, hepáticas y neurológicas.

Esta situación representa un grave riesgo para la salud pública, ya que la exposición prolongada al arsénico, que se acumula en el cuerpo con el tiempo, no muestra síntomas inmediatos. No hay fiebre ni dolor agudo. Lo que hay es un deterioro progresivo y silencioso.

Según un estudio de la Universidad Nacional de Rosario, 17 millones de personas están expuestas a niveles peligrosos de arsénico en el agua. A pesar de las preocupantes cifras, las soluciones siguen siendo limitadas. Si bien algunas localidades implementaron plantas de tratamiento o filtros domiciliarios, en muchas otras el agua contaminada sigue llegando a los hogares sin advertencia ni alternativa.

En este contexto, Ana, que además participa activamente en movimientos feministas, reflexiona sobre el impacto de la situación: «El acceso a agua segura no es un lujo ni un favor del Estado. Es un derecho. Nosotras somos las que nos encargamos de que no falte el agua en las casas, de hervirla si no queda otra (aún sabiendo que no sirve de nada), de manejar los bidones carísimos mientras seguimos con todo lo demás: cocinar, cuidar, trabajar. Y, mientras tanto, los que gobiernan siguen sin tomar decisiones», subraya con indignación.

¿Y ahora qué?

«Las que estamos organizadas somos nosotras: las que luchamos por un mundo justo para todes, las que cargamos con los cuidados, las que exigimos soluciones reales», afirma Ana. Porque, como en tantos otros frentes de lucha, son las mujeres y diversidades organizadas las que levantan la voz. El problema del agua contaminada no es un «accidente de la naturaleza». Es el resultado de gestiones que, por acción u omisión, han permitido que millones de personas tomemos agua envenenada.

Por tanto, exigir soluciones concretas y urgentes es el primer paso: no normalicemos lo inaceptable. Tal vez la pregunta no sea cómo convivir con el arsénico, sino hasta cuándo vamos a aceptarlo. “Si hay algo que nos ha enseñado el feminismo es que ningún derecho se conquista sin lucha. Y la lucha por el acceso a agua segura está en marcha, este 8 de marzo nos encontramos en las calles”, cierra la activista.

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