“Las feministas me enseñaron a usar la medicación”

Natacha Mateo forma parte del Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividadesde de la Facultad de Humanidades de la UNMDP.

Natacha Mateo, Licenciada en Sociología, Doctora en Comunicación y docente, es la autora del libro Aborto y Misoprostol. Historia de una pastilla (UNR Editora, 2025), una publicación que surge a partir de su tesis doctoral, y traza la historia del uso del misoprostrol desde los primeros años de 1970, cuando las feministas empezaron a intercambiar datos en sus estrategias de militancia cotidiana, hasta la legalización del aborto en Argentina, en diciembre de 2020. 

Por Laura Rosso

El uso del misoprostol tuvo varias fases desde su descubrimiento, ¿qué te llamó especialmente la atención en los primeros años de historia de esa medicación? 

-Cuando comencé a preguntarme sobre la historia del misoprostol, me propuse rastrear de dónde venía la droga y llegué hasta los experimentos que realizaron los científicos del laboratorio G D Searle & Co en Estados Unidos. Ahí me encontré con que en la década de 1970 los científicos habían logrado crear el misoprostol en el marco de un proyecto que buscaba sintetizar prostaglandinas, que ya se sabía que generaban contracciones uterinas. Entonces, si pensáramos que la innovación tecnológica sucede de forma lineal, podríamos suponer que se desarrollaría también para estos fines. Sin embargo, claramente esto no sucede así y son los enfoques de la construcción social de las tecnologías y los estudios de género, los que permiten justamente explicar por qué, haciendo hincapié en cómo operan visiones androcéntricas en la ciencia. Lo que más me interesaba al problematizar este período del misoprostol en el laboratorio era indagar en los relatos de profesionales de la salud y de mujeres que lo habían utilizado para abortar, donde aparecía la idea de que se trataba de “un protector gástrico que también servía para hacer abortos”. Me preguntaba por qué se había inscripto como protector gástrico y no como inductor de contracciones. Lo que encontré fue que ese pequeño grupo de científicos lo inscribió en la FDA de EEUU (el ente que regula la producción de medicamentos, entre otras cosas) como un protector gástrico cuyas contraindicaciones eran que podía resultar abortivo y por lo tanto no podía utilizarse en mujeres embarazadas. Esto derivó en que los ensayos pre-clínicos se centraran en su aplicación en el campo de la gastroenterología, lo que luego repercutió en su producción y comercialización en América Latina. Ya situada en América Latina es donde podemos encontrar las experiencias de profesionales de la salud, militantes feministas y mujeres que abortaron con misoprostol.

Las redes de acompañamiento y las experiencias de las mujeres fueron también fundantes en esa centralidad. La línea telefónica de Lesbianas y Feministas, primero, Socorro Rosa, después, producen conocimiento y herramientas para el uso del misoprostol, ¿cómo sintetizas esos años del recorrido de esta pastilla en las redes de acompañamiento?

-Algo que apareció en muchas entrevistas a profesionales de la salud fue: “las feministas me enseñaron a usar la medicación”, dando cuenta de que la militancia feminista sabía más sobre el uso de la medicación que los/as propios/as profesionales. Antes de 2010, en Argentina había muy poca información sobre el uso del misoprostol. Los relatos de quienes abortaron en esa época mencionan amigas que les contaron de la medicación, foros de internet que brindaban información, algún médico o médica conocida que pasó el dato, pero no mucho más. Entonces, cuando Lesbianas y Feministas publicó “Todo lo que querés saber sobre cómo hacerse un aborto con pastillas” se recibió como un manual feminista. Por un lado tenía una estética y un lenguaje accesible del estilo de un fanzine donde recuperaban experiencias de quienes se habían comunicado con la línea telefónica “Más información-menos riesgos” pero, por otro lado, proponía algo que durante toda la década anterior había sido motivo de controversia entre profesionales de la salud: una posología sobre cómo usar el misoprostol como método abortivo seguro. En los años siguientes se forma Socorristas en Red y al contacto telefónico le suman el acompañamiento presencial, lo cual vuelve más interesante la forma de pensar las consejerías en aborto, no solo como un espacio para brindar la información telefónica y un libro de referencia, sino poder proponer un espacio colectivo de encuentro, escucha, acompañamiento.

¿Por qué la medicina hegemónica tuvo un rol poco protagónico en la construcción del misoprostol como método abortivo seguro?

-En realidad, en un principio, el uso abortivo del misoprostol no se constituyó como un problema en nuestro país. A diferencia de Brasil, que desde fines de los 80s se pueden rastrear casos en que se usa la droga para interrumpir los embarazos, en Argentina quienes primero lo utilizan son los y las ginecólogas en los 90s, y lo hacen para que se logre expulsar embarazos detenidos o generar contracciones en el trabajo de parto. Recién a partir de la década del 2000 el misoprostol para abortos se empieza a conformar como un problema dentro del campo médico, sobre todo en relación a la posología.

Disputar la producción de evidencia científica, por parte de las redes de acompañamiento, específicamente SenRed, a partir de la sistematización de las experiencias de aborto fue muy significativo, ¿qué reflexión hacés sobre esto que se define como una apuesta política?

-La idea de sistematizar las experiencias de aborto es central. Durante mucho tiempo el único dato que se tenía sobre la temática era una estimación estadística realizada por Silvia Mario y Edith Pantelides en 2009 donde se proyectaba que se realizaban 486.000 y 522.000 abortos por año. Ese dato fue clave para entender la magnitud del aborto en el país, pero no alcanzaba para poder construir evidencia científica sobre quiénes eran las personas que abortaban y cómo usaban el misoprostol. Frente a esa vacancia estadística, Socorristas en Red toma como una prioridad la construcción de evidencia científica sobre el aborto medicamentoso y la publica periódicamente.

Hoy nos encontramos con grupos anti derechos llevando a cabo una embestida muy fuerte a nivel global, y el acceso al aborto se torna cada vez más difícil y desigual. ¿Cuáles son las necesidades y los desafíos para los feminismos en estos contextos tan regresivos para los derechos no reproductivos?

-En este contexto, es fundamental afianzar las redes que se han construido en las últimas décadas. Cinco años atrás, el aborto aún era una práctica ilegal –con sus matices en los marcos interpretativos de las ILEs- y las redes entre activistas feministas y profesionales de la salud lograban que se garanticen muchísimas prácticas tanto dentro como fuera de los centros de atención. Estas redes permitieron el acceso de muchas personas a la interrupción del embarazo, sobre todo entre el 2010 y el 2020 y son esas redes las que hay que sostener en este momento. El contexto en que sucedió la práctica del aborto fue un contexto restrictivo y hostil para los derechos sexuales y no reproductivos y, aún en ese ámbito, el movimiento feminista ha podido lograr muchísimas cosas. Quizás este es momento de volver a asentarnos en esas estrategias, esas redes, esos encuentros. 

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